lunes, 29 de junio de 2015

Caramelito


A mi cuñada Merche, que se mantuvo a nuestro lado.

que apostaron por la vida.

     Si no hubiera llegado a esto, si no me hubiera convertido en el excremento humano que soy, tal vez en ese caso pudiese aferrarme a la esperanza, darle paso a una nueva oportunidad. Pero mi casa es húmeda y toda mi ropa huele a moho, una peste que penetra en este alma no publicable, empotrada en un cuerpo que se alimenta de huevos caducados, que camina rápido, pero avanza despacio. La mirada se conserva limpia, como el coche de lujo antiguo al que no le falla el claxon por puro empeño de su dueño, pero todo lo demás es raro, turbio, de vez en cuando mezquino, hipócrita e infiel.  Se puede tomar distancia y continuar, mientras el cuerpo aguante, pero uno sólo es fuerte y cruel cuando es joven, mientras no sufre esas pérdidas que debilitan o destruyen, cuando aún no se ha visto en la obligación de resignarse. Uno es fuerte cuando nace y lo demás es puro miedo, pura angustia, una maldita emoción decadente que te conduce a diario a precipitarte por los peldaños de la escalera, para acabar suicidándote antes de llegar al portal.  
     Me niego a responder a la vida con optimismo y a no poder expresarlo con la indiferencia del que se come unas lonchas de jamón de bellota como si fueran de marca blanca. No cuando en mis sueños tan sólo aparecen personajes de la tele, y qué. El 80% de mis vecinos pone cara a Belén Esteban y culo a Boris Izaguirre. Para el 20% restante no son un ejemplo a seguir, aunque mientan menos que aquellos que lo son. Hay que desdramatizar. Un culo es simplemente eso: un culo, y admitamos esa afirmación como la más imponente de nuestra democracia, desmigajada sin tapujos sobre la mesa de aquel programa diario que todos vimos y que nadie recuerda haber visto, que algunos han preferido colgar en el perchero de los decesos mediáticos, como a un Espinete más.  
     Sin embargo hoy me he levantado con el ánimo sublevado, dispuesta a defender la dignidad de mi nevera y a aclarar que todos mienten, que hasta mi pesimismo crónico se equivoca por momentos. El llanto de las ampollas de mis pies me oprime la sesera, que aún así advierte que este ha de ser el camino correcto, que debo de continuar por ahí. No soy una chivata. Pero los Reyes son los padres y el ratoncito Pérez un pariente que mete dinero bajo la almohada. El cura de mi barrio tiene seis hijos. Nadie a quien conozca conoce a nadie que haya resucitado. Ser mujer no es tan maravilloso. La menstruación huele y duele, a veces casi tanto como un parto. Cuando me aburro me como los mocos, no como otros que se entretienen preocupándose por el retraso en las edades de jubilación, cuando aquí ya nadie se muere de viejo.  

Tal vez mi madre.
      Es la típica tía terca que no quiere dejar este mundo ni a tiros, aunque sepa que ahí arriba también hace falta mano de obra. Si no fuera por eso, mis órganos estarían destinados a pudrirse en una tumba. Pero las leucemias son así, al menos cuando las tratan. Litros de llama líquida circulando por un tubito naranja hacia el cuerpo, una rotura de cañerías en las tripas, los dientes amarillos, la piel vieja soltándose en lascas, el esqueleto que se hincha como un flotador para luego salir a flote, el almohadón lleno de pelos y un grupo de familiares en el pasillo, a los que se les aflojan las rodillas sin que sea por amor. La grosería pura y dura llega con los paseos en círculo durante meses sobre la plaqueta pulida de la sala de espera de un hospital cada día más privatizado y con un sms de tu hermano, apuntalando la peor madrugada de tu vida: "Acaban de llamar de la UCI. Van a intubar a mamá." 
      El que le abre la boca y dice ahí va eso es coordinador de transplantes. Cuando son las 4 de la mañana y todo puede salir peor de lo que ya va, piensas, aunque no creas en casi nada, que ofrecer tu cuerpo fresco a ese hombre será un aliciente para él a unas horas en las que ni toda la cafeína del mundo puede motivarte a nada que no se haga en postura horizontal. Y decides hacerte donante. Después del tubo vendrá una traqueo y seis meses más de ingreso. Aprender a caminar, a comer, a hablar y a llorar, aunque eso es algo que nunca ha olvidado. 
      En lo que dura un programa de radio pienso todo esto y hago mis cosas. Lavarme los dientes y tal, mientras ella mordisquea una pera sin atragantarse. Casi un año después, en casa, con sus treinta kilos menos y el pelo lanudo como el de un Pelocho, sólo piensa en bailar y en hacer el tonto. Claro que llora una vez al día, quién no, con la que está cayendo y aunque lo radie Lucas, pero enseguida se le pasa y se pone a cantar CaramelitoTendré que llamar a la radio para que se la dediquen. Y para decírselo. 

Que tranquilos, que hasta el día a día, que hasta la vida, se cura. 

       Que a veces se equivocan incluso las letras de Cold Play, que la rueda no siempre destroza a la mariposa. Y que aunque ellos lo piensen, lo debatan, lo afirmen, que aunque todos crean que el vaso se desborda, yo les digo, abandonando por un instante mi perpetua negatividad, que mi padre, cincuenta años después de haberla conocido, ha vuelto a sonreír :).


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