_la
experiencia
Nada
o casi nada, es para siempre.
Ni
tiene por qué serlo.
Cuando todo va bien, es decir, durante
aquellos lapsos por los que la vida transcurre de un modo anormal,
evitamos pensar que la felicidad es un sentimiento perecedero. Y como
nadie escarmienta en cabeza ajena, de nada sirve lo que nos digan.
Nos creemos más inteligentes que el resto, que ya se metieron una
hostia de cada clase. Pero llega el día en que nos toca y, en un
momento, todo se acaba: una pierna seccionada, una embolia, un
atropello, una ruptura, una muerte.
Hay que estar preparados para asumirlo,
para rendirse.
Llegó a costarme horrores el tener que
agachar las orejas, admitir que equivocarse es inevitable, pero en
algún lugar escuché que la experiencia es aquello que obtienes
cuando no consigues lo que deseas y mi forma de pensar cambió para
siempre. Por eso, cada día, antes de comenzar a impartir aula, le
encargaba a alguno de mis alumnos izar una bandera blanca. Era un
ritual, un acto simbólico, una estupidez si quieres, pero con él
pretendía facilitarles el camino, que cuanto antes aprendiesen que
una pérdida no es un agravio, ni una ofensa del destino, sino un
hecho al que nos tendremos que enfrentar y que deberemos encajar con
la mejor de las actitudes para poder sobrevivir.
Siempre se ofrecía voluntaria...
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