la guerra_
La
vida no es noble, ni buena, ni sagrada.
Cuando
ya no era él, sino sólo la carne que recubre el hueso, quise
preguntarle por la guerra. Saber qué se siente al saber que has
matado a un hombre, al verlo pudrirse en un barranco junto a otros,
flotando en un charco de sangre coagulada.
Quise el detalle
del sabor de las meadas de los burros, sus particulares fábricas de
agua embotellada. Quise profundizar en la alegría de ese recuerdo.
Saber si contó
las veces que quiso estar en casa.
Si lloró allí,
alguna vez.
Si lo hacían los
que iban con él.
Si eran capaces de
dormir, de bromear.
Si pensaba en la
muerte.
Quise que me
explicase qué se siente al defender lo que va en contra de uno
mismo, al compartir el aire y la palabra con los que salen
voluntarios a fusilar. Cómo lo soportó, cómo siguió adelante
después de los tiros en el brazo y la pierna, de los meses de
hospital, después de tanto miedo y tanta miseria. Qué fue lo que
tiró de él mientras ocurría todo aquello.
Un día,
afeitándolo, se lo pregunté.
Abuelo,
¿cómo se consigue sobrevivir?
Sonrió.
Y yo
lloré, porque era tarde.
Sólo quedaba su
cuerpo.
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