lunes, 21 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (18)

_el ego
En fin, que ni siquiera puedo morirme en paz.

Vale, está muerta, pero no por eso voy a decir que era mejor de lo que era. Es más, yo no la tragaba. Era una gorda terca, intransigente, borde y frustrada que lo disimulaba todo con una sonrisa. Y a mí no me daba la gana. Creía que sus ideas eran sentencias firmes por la simplona razón de atreverse a exponerlas.
Y la vida no funciona así.
Hay que tener más cintura, aceptar el punto de vista de los demás, no ir de salvapatrias, ni de a su servicio 24 horas para caer bien.
Cuando me hinchó las narices se lo dije, que no la tragaba, que no me parecía una presencia necesaria, que carecía de sustancia y que nunca seríamos amigas.
Ni se inmutó.
Creo que fingía, que era una queda-bien sin más, porque ni siquiera quiso hablarlo o arreglarlo. Era orgullosa y muy rencorosa, su grupo lo sabía y la temían. Decirle algo que le molestase, a la lideresa. No, no. Imposible ofenderla. Pero muchos lo pensaban, creo que casi todos. Aunque sabían que si lo hacían, les pasaría lo que a mí. Los sacaría de su vida. Ya ves tú qué cosa. Si la que estaba fuera de la vida era ella, no hay más que ver cómo acabó. La que iba de dura, al final, la más cobarde. Incapaz de afrontar el mínimo ataque, ni un contratiempo, de las típicas que son felices sólo si el viento les sopla a favor. Penoso.
Era una más, así que no nos volvamos locos ni falseemos la realidad.
Esto no es fácil para nadie. Y nos aguantamos.


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