_el
ego
En fin, que ni siquiera
puedo morirme en paz.
Vale, está muerta, pero no por eso voy
a decir que era mejor de lo que era. Es más, yo no la tragaba. Era
una gorda terca, intransigente, borde y frustrada que lo disimulaba
todo con una sonrisa. Y a mí no me daba la gana. Creía que sus
ideas eran sentencias firmes por la simplona razón de atreverse a
exponerlas.
Y la vida no funciona así.
Hay que tener más cintura, aceptar el
punto de vista de los demás, no ir de salvapatrias, ni de a
su servicio 24 horas para
caer bien.
Cuando me hinchó las narices se lo
dije, que no la tragaba, que no me parecía una presencia necesaria,
que carecía de sustancia y que nunca seríamos amigas.
Ni se inmutó.
Creo que fingía, que era una queda-bien
sin más, porque ni siquiera quiso hablarlo o arreglarlo. Era
orgullosa y muy rencorosa, su grupo lo sabía y la temían. Decirle
algo que le molestase, a la lideresa. No, no. Imposible ofenderla.
Pero muchos lo pensaban, creo que casi todos. Aunque sabían que si
lo hacían, les pasaría lo que a mí. Los sacaría de su vida. Ya
ves tú qué cosa. Si la que estaba fuera de la vida era ella, no hay
más que ver cómo acabó. La que iba de dura, al final, la más
cobarde. Incapaz de afrontar el mínimo ataque, ni un contratiempo,
de las típicas que son felices sólo si el viento les sopla a favor.
Penoso.
Era una más, así que no nos volvamos
locos ni falseemos la realidad.
Esto no es fácil para nadie. Y nos
aguantamos.
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