_el
padre
Una hija no es una
invitada.
PROVERBIO
SOMALÍ
Soy
su padre, qué voy a decir...
Que tenía los ojos llenos de luz, que
aún la escucho reír a carcajadas, que sueño con ella y me
despierto sonriendo... Que contagiaba su alegría.
En eso, era especial. Desde niña lo
fue.
Mi niña. Mi niña pequeña que te cogía
de la mano, papá, papá ven a
bau-bau. Y todos los días
tenías que dejarte arrastrar hasta su San Bernardo de peluche,
acariciarlo, jugar con el barrilete de su cuello...
Y ahora está muerta.
Mi niña. Mi niña pequeña está
muerta.
Los padres no tenemos ni idea de lo que
pasa por la cabeza de nuestros hijos, esa es la verdad. Criarlos
cansa y no puedes pararte a pensar cada minuto en el porqué de su
comportamiento. Ellos también, a partir de una edad, dejan de
explicarse. Todos lo hicimos y no pasaba nada, crees que van a poder,
que van a tirar, los enseñas para eso, para ser humildes, para
trabajar, no para hacer tonterías.
Les dimos los mejores consejos, porque
la experiencia es la que enseña que la vida no es de broma, que los
panes no caen del cielo y te sacrificas para que estudien y puedan
llegar a algo. Pero ellos... no sé, no sé en qué piensan...
Yo no era así, no tenía eso que tiene
la gente ahora en la cabeza, que no sabe lo que quiere, que no sé
qué creen que es la vida...
Pudo estudiar y eligió lo que quiso,
aunque no tenía mucha salida. Después aprendió un oficio y siempre
trabajó, pero por cuatro duros y tampoco sabías para qué. No se
casaba, no quería tener hijos, no le veías ansia por preparar
oposiciones, ni por comprar un coche, ni una casa. No tenía donde
caerse muerta, pero compraba libros y música, cosas superfluas que
no necesitaba. Le decíamos que los padres no viven siempre, que los
pobres no podemos entretenernos con cosas raras, que hay que ahorrar
para tener algo, que la vida pasa. Pero se disgustaba, se enfadaba.
Había que dejarla.
Le pedías que te acompañase a comprar
y nada, no le gustaba lo que veíamos en la tele y se iba a dormir o
salía hasta las tantas. Cada vez peor cara, cada vez más seria, más
callada. Nos decía que hablábamos siempre de lo mismo, de los
mismos problemas, de la familia, que estaba harta de darle vueltas,
que había otras cosas.
Y de qué vas a hablar.
Era una idealista,
nos dijo una amiga suya. Nos lo dijo llorando. Una
soñadora. No se echen la culpa.
No podemos echarnos la
culpa...
Pero es que nosotros no la educamos para
ser así... No lo entiendo, no lo entiendo... El que no tiene suerte
no la tiene, no hay más vueltas que darle... Pero cómo voy a dejar
de pensar en esto, cómo voy a soportar este pesar, el ansia de
volver a verla aparecer por la puerta sonriendo, tan tranquila, hola
papá y darme dos besos,
encabronarse cuando se le acababa la bombona, dormir encogida en la
butaca, descolgar las cortinas, discutir con la madre, vestirse como
un desastre... Yo no puedo. Nadie. Porque no se puede, no creo que
nadie sepa ni pueda enseñarte cómo hacerlo, cómo superar la muerte
de un hijo... Una muerte así... Qué mala suerte tenemos... Que todo
nos venga a nosotros... Qué mala suerte...
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