martes, 15 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (12)

_el padre
Una hija no es una invitada.
PROVERBIO SOMALÍ

Soy su padre, qué voy a decir...
Que tenía los ojos llenos de luz, que aún la escucho reír a carcajadas, que sueño con ella y me despierto sonriendo... Que contagiaba su alegría.
En eso, era especial. Desde niña lo fue.
Mi niña. Mi niña pequeña que te cogía de la mano, papá, papá ven a bau-bau. Y todos los días tenías que dejarte arrastrar hasta su San Bernardo de peluche, acariciarlo, jugar con el barrilete de su cuello...
Y ahora está muerta.
Mi niña. Mi niña pequeña está muerta.

Los padres no tenemos ni idea de lo que pasa por la cabeza de nuestros hijos, esa es la verdad. Criarlos cansa y no puedes pararte a pensar cada minuto en el porqué de su comportamiento. Ellos también, a partir de una edad, dejan de explicarse. Todos lo hicimos y no pasaba nada, crees que van a poder, que van a tirar, los enseñas para eso, para ser humildes, para trabajar, no para hacer tonterías.
Les dimos los mejores consejos, porque la experiencia es la que enseña que la vida no es de broma, que los panes no caen del cielo y te sacrificas para que estudien y puedan llegar a algo. Pero ellos... no sé, no sé en qué piensan...
Yo no era así, no tenía eso que tiene la gente ahora en la cabeza, que no sabe lo que quiere, que no sé qué creen que es la vida...
Pudo estudiar y eligió lo que quiso, aunque no tenía mucha salida. Después aprendió un oficio y siempre trabajó, pero por cuatro duros y tampoco sabías para qué. No se casaba, no quería tener hijos, no le veías ansia por preparar oposiciones, ni por comprar un coche, ni una casa. No tenía donde caerse muerta, pero compraba libros y música, cosas superfluas que no necesitaba. Le decíamos que los padres no viven siempre, que los pobres no podemos entretenernos con cosas raras, que hay que ahorrar para tener algo, que la vida pasa. Pero se disgustaba, se enfadaba. Había que dejarla.
Le pedías que te acompañase a comprar y nada, no le gustaba lo que veíamos en la tele y se iba a dormir o salía hasta las tantas. Cada vez peor cara, cada vez más seria, más callada. Nos decía que hablábamos siempre de lo mismo, de los mismos problemas, de la familia, que estaba harta de darle vueltas, que había otras cosas.
Y de qué vas a hablar.

Era una idealista, nos dijo una amiga suya. Nos lo dijo llorando. Una soñadora. No se echen la culpa. No podemos echarnos la culpa...

Pero es que nosotros no la educamos para ser así... No lo entiendo, no lo entiendo... El que no tiene suerte no la tiene, no hay más vueltas que darle... Pero cómo voy a dejar de pensar en esto, cómo voy a soportar este pesar, el ansia de volver a verla aparecer por la puerta sonriendo, tan tranquila, hola papá y darme dos besos, encabronarse cuando se le acababa la bombona, dormir encogida en la butaca, descolgar las cortinas, discutir con la madre, vestirse como un desastre... Yo no puedo. Nadie. Porque no se puede, no creo que nadie sepa ni pueda enseñarte cómo hacerlo, cómo superar la muerte de un hijo... Una muerte así... Qué mala suerte tenemos... Que todo nos venga a nosotros... Qué mala suerte...


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