_la
crueldad
El
perro tampoco podía contar con nadie.
Cuando estaba triste, hablaba de ellos.
Los quería. La querían. Sabían cómo
tratarse. Quizá ese sea el secreto.
A
veces, contaba una historia triste. Hablaba de la muerte a palos de
una perra, que presenció cuando era niña. Recordaba los aullidos,
sus lloros pidiéndole a aquel señor mayor que la dejase, que la
soltase, mientras sus hijos, un par de idiotas, se reían a carcajada
limpia y aplaudían la faena desde la ventana de la cocina.
Lo contaba y se hundía.
Se imaginaba volviendo a la casa,
golpeándolo con todas sus fuerzas. En la espalda, en los riñones,
en la cabeza, hasta hacerle estallar los sesos, hasta matarlo. Lo
deseaba. Pero el hijoputa ya estaba muerto.
Nunca la había visto tan triste, hasta
aquel día. Escuchamos que alguien había entrado en la perrera y le
había serrado las patas a varios perros.
Nunca.
Nunca, nunca, nunca, la volví a ver tan
afectada por nada durante tantos días. Nunca la volví a ver llorar
de aquella manera.
Sencillamente, la desequilibraba. La
crueldad.
Ese, creedme, era su punto débil.
Eso,
la superaba.
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