La vida es puta y cruel. Mientras se inauguran centros comerciales cada vez más grandes, sigue muriendo gente. Una amiga, un familiar, o el padre de tu camarada, quien te regaló hace años tu taza favorita de los Fraggle Rock. Dice Ray Loriga en uno de sus libros que dos días distintos te convierten en dos personas diferentes. Creo que, después de una muerte, esa diferencia se acrecienta. Perder a alguien no siempre ayuda. Pero a veces ocurre. A mí, me ocurre. Me ayuda a valorar un poco más todo esto que me rodea, a clasificar prioridades, a sentir las cosas con mayor intensidad, a querer aprovechar el tiempo que me queda, a saborear cada galleta que me ponen gratis con el café. Aprendemos tarde, a veces nunca, a disfrutar de verdad. Pero quien más quien menos espabila cuando la gente a la que aprecia y sobre todo a la que quiere, muere. Y comprende que esto es finito, que se agota. Que ayer estabas y hoy ya no estás. Dijo Mario Benedetti que "Después de todo, la muerte es solo un síntoma de que hubo vida". Resistamos, pues, de la mejor manera posible. A pesar de lo trágico. A favor de lo bueno. Y vivamos.
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viernes, 8 de octubre de 2021
La crueldad
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jueves, 17 de septiembre de 2015
Hombres muertos que caminan (14)
_la
crueldad
El
perro tampoco podía contar con nadie.
Cuando estaba triste, hablaba de ellos.
Los quería. La querían. Sabían cómo
tratarse. Quizá ese sea el secreto.
A
veces, contaba una historia triste. Hablaba de la muerte a palos de
una perra, que presenció cuando era niña. Recordaba los aullidos,
sus lloros pidiéndole a aquel señor mayor que la dejase, que la
soltase, mientras sus hijos, un par de idiotas, se reían a carcajada
limpia y aplaudían la faena desde la ventana de la cocina.
Lo contaba y se hundía.
Se imaginaba volviendo a la casa,
golpeándolo con todas sus fuerzas. En la espalda, en los riñones,
en la cabeza, hasta hacerle estallar los sesos, hasta matarlo. Lo
deseaba. Pero el hijoputa ya estaba muerto.
Nunca la había visto tan triste, hasta
aquel día. Escuchamos que alguien había entrado en la perrera y le
había serrado las patas a varios perros.
Nunca.
Nunca, nunca, nunca, la volví a ver tan
afectada por nada durante tantos días. Nunca la volví a ver llorar
de aquella manera.
Sencillamente, la desequilibraba. La
crueldad.
Ese, creedme, era su punto débil.
Eso,
la superaba.
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