Les presentas a Naranjito y lo
exprimen. Así de dura es esta ciudad.
Mis compañeros de milagrismo
sonríen cuando digo que si ves a alguien acercándose de buen humor, saludando y
malgastando un poco de tiempo, es más que probable que no sea de aquí. Ellos lo
encajan, saben que exagero y eso consuela, pero es cierto. Este olívico
emplazamiento de románica apertura al mar no te lo pone nada fácil, aunque a mí
me ha dado de comer.
Y mira que trago.
Los que aún la vivimos fuimos
mucho de lo que ya no somos. Leales, felices, crédulos, pacientes, puntuales,
infantiles, cariñosos, persona. Pero va calando, el salitre. Te agrede, oxida,
te exige que gruñas, que patees a la cordialidad y al optimismo. Quiere que te
sometas. Se sienta a tu lado en la última fila y te clava el codo bajo las
tetas.
Las mentes aquí son oscuras como
la piedra del mercado en el que se abren las ostras a cuchillo, como las aceras
donde grupos de locos esperan ansiosos por un bus y por una palabra. Nadie la
va a pronunciar. Porque no hay tiempo. Sólo meta su moneda y avance. Meta su
moneda y avance.
Avance, avance, avance, tucutucutú.
Que el premio se lo llevará el
que más se arrime a la tragaperras.
No es una ciudad de términos
medios.
Uno viene a darlo todo o a
abandonar. Así que el que consiga salvar algo de lo menos malo que fue, que lo
amarre a un noray o lo dejarán a la deriva.
A través de las patas del
Sireno, quizá la brisa proyecte en cualquier pared ese otro lado, su cara B de
editores con alma y con la cruz a cuestas. Que leen, escriben, se involucran,
contratan, promueven. Que al menos, lo intentan. Que visibilizan en su columna
semanal a personas que viven en Urzáiz, pero al raso. Por si los demás
jugásemos al despiste.
Por ejemplo.
O de bulliciosos cafés en los
que un gato y dos Giocondas, vuelcan su sigilosa presencia y algo de crema en
el manchado, cada noche.
Que también.
No todo van a ser escaleras y
cuestas arriba, ni conductores con el acelerador en llamas pitándote un domingo
porque no pasas de 0 a 100 en seis segundos.
No.
En esta ciudad hay gente que se
devana los sesos, que se retuerce literalmente el cerebro y con él aún
goteando, desarrolla una tesis doctoral sobre el estrés del mejillón, la
contaminación residual provocada por la falta de filtros eco-depuradores de la
combustión gaseosa procedente del tubo de escape de un C4 o las causas y
justificación del brote de llanto de una madre cuando sus hijos se
independizan.
A la edad que sea.
Aquí viven personas que trabajan
duro y que pelean. O qué os creíais. Que convocan una huelga y llenan. Que se
plantan en el cruce de los cuatro bancos con un chiflo amarillo y una gorra
roja y consiguen el ascenso.
Fueron preferentistas. Ahora,
los preferimos.
Puede que nadie silbe por la
calle como en Buenos Aires, pero un chico toca el bongó y sonríe en pleno
Príncipe, a hora punta. Aporta su magia, al lugar.
No sólo es comprar comprar
comprar.
El olor a gofre, cada día, es
gratuito. El sonido de los pasos. La entrada al MARCO. Las pelis que proyectan
detrás. Poner cara de niño frente al pequeño escaparate lleno de juguetes para zurdos. Los chillidos. Apoderarse de un asiento, bajo la gran farola. Ser
desoñador. Tener buen gusto. Tapicero. Aguja curva. Esquivar a las gaviotas. Un
globo con forma de espada. Aprender un oficio con el que aún puedas ganarte la
vida y amarlo.
Ser una brillante sopera de plata.
El deseo se cumple si digieres
que esta ciudad es un apostar individualmente por la cultura. Un querer saber
más a pesar de lo demás, un serigrafiar que camina por la calle con su barba y
te saluda. Una biblioteca. La clave de sol arrinconada en un local de jazz.
Barro seco bajo las uñas. Olor a cuero, a pescado, a óleo, a viruta, a placer,
a té y a tinta impresa sobre el papel. Un pensar lo que cada uno es por encima
o por debajo del respaldo y la opinión de cualquier real o irreal academia. Un
hip-hop que tu vecino puede haber escrito y perdido, que te encuentras hecho
trizas sobre el gris de la escalera. El dibujo a mano alzada. Una escultura que
no pierde las tuercas. Mimbre en los cestos. Licor café. Ritmo. Aire bajo la
falda. Cera sobre las panderetas.
Vigo es un contarlo en cualquier bar, aunque haya público y no se ría.
Vigo es un contarlo en cualquier bar, aunque haya público y no se ría.
Para llenar el hueco del
bullicio esta gente ha contratado al mar, que escupe a cientos de cruceristas
por semana. Pecas en los brazos. Piernas que son como brochazos de blanco en
una terraza que busca sol, pero se empapa.
Y es que aquí han llovido
décadas de vicio sobre la virtud. Sin embargo parece que todo convive. Las
meadas. Los callejones. Cada chulo con su puta. La cerámica. Grupos de niños
que vuelven a jugar en la calle, donde a un tipo con talento se le ha ocurrido
encadenar a Gandhi, con su graffiti, al lateral de una vieja casa.
Nadie puede negarlo, también
hubo victoria. Pero las motos resbalan sobre el aceite y cada cartel, de cada
pared, pierde a diario a su mascota.
Vigo, este proyecto de ciudad
hermosa a la que nadie quiso, ni quiere, la de las aberrantes amputaciones arquitectónicas. Te han obligado a encerrar tu verdad en un sótano, cuando ese
archivo es tu corazón. Y es la memoria. Sangre sucia que salpica gotas de apoyo
a un imponente desafío en ruinas, otro gran título sin presupuesto ni
contenido, al que todos menos algunos respetan y que quiere volver a ser sin
ser aquello que fue y no es. La Panificadora.
Humillada, sollozas hierros y
cemento. Vas a defenderte a tu manera. Y no te detendrás ante los que también
sufren, no tienes en cuenta a los poetas. Principitos frágiles como flores de
papel que guardan sus libros en una mochila, que hablan bajito, que son tímidos
y aún así te eligen y se muestran. Que caminan a tu lado de madrugada, lo mismo
da, cuando toque, que escuchan aunque no estén de acuerdo, aunque no
comprendan. Que se despiden con su pequeña sonrisa, su ropa triste y sus
eternas piernas. Que se apartan de lo que asfixia y desmotiva y que concentran
en el arco de su espalda, la verdad nítida que supone el contacto con la
tierra. Que son capaces de maldecirte y no lo hacen. Que se apenan. Que se marchan
tranquilos y acompañan a casa a una bici, de la que cuelgan un candado y su
cadena.
Vivir aquí es un creerte las
mentiras. Mañana sol. Llenar de plomo el felpudo. Decir que no a la siesta. El
hola guapísima de un borracho en cualquier baño. Vitíligo. Preferir a los que
te vivieron aunque tú necesitaras la isla desierta. Son las lágrimas. Los
cuerpos llenos de sexo. Ojos azules, un periódico. Agua salada y flotando en
ella, las bateas. Es recordar lo bueno. Un bigote blanco. Un regalo, un barrio,
aquel trayecto. Manos ásperas de lagarto. Por favor, aún no te vayas. Es mirar
para la enorme jarra de cerveza de un bar y ver a quien aún quieres y ha
muerto, sonreír cuando miras a un perro comiendo hierba.
Puede que haya una razón. Que
aún conservemos el motivo y que por él haya que dejar de vestirse sólo con el
intento. Deberíamos no pasar por esta ciudad de paso que destruye y desampara,
si no es para curarle la cojera. Pisar con fuerza y provocarla, mirarla de
frente y conseguir que se quede con tu cara.
Que se dé la vuelta.
Nadie va a enseñarte a hacerlo.
A apreciar su alcantarilla, el charco, el semáforo, la sordera. Convertir en
una mañana feliz, una mañana cualquiera. Acercarte al mirador del Paseo de Alfonso. Sentir que no te duele ni por dentro ni por fuera. Que calienta un
poco el sol. Ojos cerrados. Viento suave sin arena. Puede que esté ahí. Tal vez
delante. O muy cerca. En tu mano. Abre los ojos, no pierdes nada. Prueba. Ante
ti, asomados a la ventana, cuatro pies descalzos. Y ver en ellos todo lo
importante, cómo por entre sus dedos, se cuela.
"Sentir que no te duele ni por dentro ni por fuera"
ResponderEliminarOjalá fuese una mákina...
Soy metálico, en el jardín botánico...
EliminarComo la canción de Radio Futura :)
¡Uffff! Me gustaría, por sí quererla aún queriendo que se de una vuelta, que te hubiese producido otra sensación.
ResponderEliminarMaravilloso el texto. ¡Cómo escribes, cartonera!
Gracias por el comentario mfr 🤗.
ResponderEliminarA ver qué me dice el señor profesor... 😉