Camino y sigo algo gris, más morada que rosa.
Llevo una caja, lleva libros viejos y enfermos, pero existe la cura :).
Me llaman.
Dicen que espere,
que me recogen, que no siempre me va a tocar perder.
Me invitan a comer. Digo que no.
Me siento, observo y escucho.
Una chica toca el violín. Es Alfonsina y el mar.
Me acuerdo de Mercedes Sosa, del barrio del Calvario
y de la cara y la voz de alguien que me la cantó cuando cumplí 30 años.
Pienso en
cómo no sabemos cuánto podemos llegar a querer a una persona
hasta mucho tiempo después,
cuando ocurre algo que nos muestra su valor.
Pago el café.
Apoyo calderilla sobre la funda del violín.
La chica no mira mi mano, sino a mí y me dice: gracias.
Le sonrío. Sólo lo pienso: a ti.
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