lunes, 21 de mayo de 2018

Los golpes

     "Pasábamos el tiempo solos los dos, con algunas visitas a la suegra, que se lo tomaba como un golpe de suerte.
     Era fenomenal. No se parecía en nada a la época que pasé con Marcelle. Con Paulette era serio y verdadero, sentía que ella me quería de verdad.
     Paulette era una verdadera joya. Cocinera, costurera, nada perezosa, profundamente enamorada y nada tonta, tanto mejor.
     Allí vivimos momentos espléndidos.
     Cuando volví por la tarde a trabajar en la empresa de terrajas, ella ya estaba en casa, a dos pasos del taller de Parmain. Tenía por costumbre ni tan siquiera llevarme las llaves.
     Era un edificio muy seguro, como un verdadero cerco biempensante. Había una magnífica puerta, de aluminio y hierro forjado, de aire incluso surrealista, decía Paulette. Nunca pudo explicarme por qué, pero era una puerta surrealista. Los Henri se habrían pillado un buen cabreo si lo hubieran sabido.
     No sé de qué estilo era el ascensor, pero era la mar de práctico. Había que ser más bien delgado para entrar, cuando íbamos dos se llenaba por completo.
     Yo me jactaba de tener ascensor en casa. A veces, mentalmente, trazaba una lista de las personas que había conocido y que me hubiera gustado alinear en los rellanos para que me vieran, como un rey, en mi ascensor. De vez en cuando se piensan estas cosas. Me acostumbré muy pronto. Y al final ni siquiera un lujo, porque vaya, había siete pisos.
     Había un pasillo muy limpio e iluminado, y luego a la izquierda estaba nuestra puerta. La puerta 'S.F.I.O', como le decíamos a quien nos visitaba, ya que era la penúltima a la izquierda.
     Daba a un patio interior que se veía muy bien desde ahí arriba.
Y luego tenía vistas, entre dos edificios, a lo lejos. A pesar de todo, no estaba encajonado, teníamos aire y sol.
     Qué diferencia con mi antigua habitación de la Villette. Era como un indicio. Por fin la vida me iba a ir bien. Todo mejoraba.
     El interior del piso era claro, limpio, todo nuevo. Con nuestros muebles, que acababan de entregarnos y nunca se habían utilizado, nuestros propios muebles. Eso sí que era una novedad para mí.
     Pensándolo bien, en aquella época viví la auténtica felicidad, sin quebraderos de cabeza; me dedicaba solo a vivir con una mujercita de lo más apetecible. Ahora, cada vez que quiero encontrar momentos frescos y felices en mis recuerdos, ahí me detengo, en aquella época egoísta, cuando los dos mandábamos a la mierda al resto del mundo.
     Todo esto son cosas que no se cuentan. Sin sufrimiento, sin historia, sin arte, sin civilización, nada de nada. Ya lo sabemos.
     La felicidad es siempre un poco obscena, si te paras a pensar.
     Una satisfacción perfecta, tanto en la superficie como en el fondo. Zampar bien, gozar mucho, ya sea con espasmos o como rezando, esta es la base. El resto son pamplinas y nimiedades. Primero, encerrarse en un estupendo egoísmo, eso es la felicidad. Y no es que sea bonito, pero sí resulta más tranquilo.
     Paulette era un lugar de descanso solo para mí. Su naricita, sus labios que yo mordisqueaba, sus nalgas bien redondas y todos sus músculos de arriba a abajo. No lo explicaré, era un oasis únicamente para mí, no tenía necesidad de que explotara el universo.
     No tardamos en comprar una radio que pusimos en una esquina discreta, junto al sillón. Nos gustaba escucharla a oscuras, solo con la luz de cuatro voltios suave e íntima detrás de Europa en cursiva.
     Caía una sombra delicada, Londres o Varsovia sobre la nariz de mi pequeña Paulette. Así siempre me parecía guapa. Su belleza bajo una luz íntima hacía que me estallara el corazón de tanto palpitar. De golpe me veía con dieciséis años, una década atrás.
     Para mí era algo nuevo. Tenía un gran corazón que ocupaba toda mi caja torácica, un corazón que latía por todas partes bajo mi piel, que subía hasta oprimirme el cuello y que me ahogaba por nada.
     A veces lloraba. ¿Era quizá por la música?... Es raro, lo sé. Pero no veo por qué no debería decirlo.
     En aquella época, siempre estaba pensando en un montón de cosas. No sabría decir cuáles, estaba muy confuso, pero todo me parecía verdadero, absolutamente impregnado de la más extrema verdad.
     Quizá por eso es imposible expresarlo.

1 comentario:

  1. Magnífico libro, que aún estoy leyendo.

    Huele tanto a realidad, que parece que hasta el título te golpea...

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