Las mismas caras, a diario.
La indiferencia que elabora cada pincho de tortilla
para que yo también me lo coma.
El balanceo de mis piernas
cuyos extremos rechazan tocar el suelo.
El señor cojo que se levanta y da un rodeo a la mesa.
Las mesas llenas de vasos vacíos.
La camarera que sonríe,
el perro que ladra desde la puerta.
El toldo extendido.
Y los veinte whats apps que no pienso contestar.
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