Toda esa grasa
mancha el salvamanteles
y se desparrama sobre el mapa de Galicia.
El azucarillo que no me tomo,
los taburetes,
la falta de clientes a la hora de la siesta,
un corcho que sobresale demasiado
y que pretende estallar como un fuego artificial.
El precio de los helados,
ya inasumible.
Esa neverita de zumos Granini
que tanto me gusta
y una señora que come rodajas de tomate,
a mi espalda.
Bajo la tele, un extintor
más que aburrido.
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