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miércoles, 8 de febrero de 2023

Miedo

Fotografia: Elena Dean @bicodepulga


Música: Todo pasa. Carla Morrison.

Nunca he tenido demasiado miedo. Ni a la oscuridad, de niña, ni a la pérdida de la virginidad, de adolescente, ni a la soledad, de adulta. No hay razón para tenerlo, me he dicho siempre y me he negado esa emoción, ese sentimiento, como lo define José Antonio Marina en su maravilloso libro Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía. Pero ahora sé que puede ser una bomba de racimo. Que puede invadirlo todo. Destruirlo todo. Una vez, me pasó. Hace ocho años, lo sentí. Y llegó para quedarse. Junto con un diagnóstico. Nada ha vuelto a ser como era entonces. Algo se quebró dentro, algo se volvió inseguro y fugaz, algo se perdió. Y aprendí a valorar la cordura. Porque sé que la locura, os da pavor. La locura provoca que te aten a una camilla mientras lloras en silencio. Que llores en un bar mientras escribes y que la gente te mire sin decir nada. Que te encierres en un baño y hables sola. Provoca que, a veces, te quieras morir. La locura da miedo. Por eso sé que estar bien, integrarse, es lo fabuloso. Pasar desapercibida, no poner en riesgo tu trabajo, tener pareja estable, yo qué sé. Lo que pasa es que a veces, algo se agita dentro de nuestras cabezas, algo las distingue, las dota de una absoluta infelicidad y las destruye poco a poco. Sin que podamos elegir. Me gustaría creer en la prevención, si no fuera que nadie puede prever que nos pasen las cosas que nos pasan. Por eso prefiero quedarme con el buen trato. Y, una vez has tocado fondo, con no abandonar el tratamiento. Puede que hablar también sea útil. No lo sé. No lo he intentado. Pero han pasado ocho años. Ocho putos años en los que no he perdido a mi familia, no he perdido a mis amigos, no he perdido el trabajo y no he perdido la vida. Es hora de dar las gracias. Por respetar mi pánico, mi silencio, mi cobardía y mi dolor. Aunque mi día a día es normal, no he superado el diagnóstico. Lo arrastro como puedo y lo adorno con sonrisas. Pero ha llegado la hora de decirlo, de reconocer, por fin, que soy esquizofrénica y de pediros que, por favor, por favor, por favor, no me tengáis miedo. Porque no me lo merezco. Porque sigo siendo yo.

martes, 26 de junio de 2018

Luz Casal

"¿Qué más cosas ha tenido claro desde siempre?"
"Que el tiempo que tenemos es muy poco y que hay demasiadas cosas por hacer. Puedo estar en silencio, pero nunca inactiva. Cada día es un día menos, lo sé."
"¿Sin complejos?"
"En el escenario nunca los he tenido. Siempre he sabido que lo que yo hago ahí arriba siempre es verdad. Y esa verdad me ha dado alas."


por  Beatriz G. Manso
en Mujer hoy
17 de febrero de 2018

Vídeo: No me cuentes tu vida. Almas gemelas. Luz Casal.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (78)


el miedo_
... tengo miedo.
Mira a su alrededor y sabe que le harán daño. Sin embargo, es a ella a quien temen.
Miedo, miedo, se mueren con él y desconocen los motivos.
Ella no insiste en la maldad, pero la temen, porque nunca la han tenido bajo control. Cada acto, cada palabra, cada reacción puede ser nueva e inesperada. Irreverente y anárquica. Fuera de tono. Por eso cambian la piel de lobo a cordero y luchan para que se integre en su rebaño.
No os preocupéis, les dice, no es necesario. Ni tampoco que nos comamos unos a otros. Podéis seguir jugando a que nos llevamos bien, aunque elija pastar en otros prados.
Para ella también es complicado. Relacionarse con los demás sin dañarlos. Pedir disculpas, entenderlos. Asumir que no tiene razón. Llorar delante de alguien como si estuviese sola. Tratarlos bien. Fiarse. No tener vergüenza. Dejarse querer. Ser de nuevo una niña. Fingir que no sabe lo que sabe y que sabe lo que nunca sabrá. Aceptar que es imperfecta. Y reconocer que también los teme. Porque exigen demasiado, porque la empujan a volverse falsa como una moneda de chocolate y cruel, como los espejos. Cuando no quiere.

lunes, 11 de mayo de 2015

La tentación


Hace al hombre ladrón.
Ya lo decía una tía abuela que tuve una vez en Burgos.
Me tumbo sobre una roca. Llevo encima mi piel blanca, ciento veintitrés lunares y un bañador deportivo gris, chorreado de rosa y de morado. Pretendo atrapar al sol, porque soy una princesa, como todas.
Abro los ojos y a mi derecha, a unos cinco metros, veo como un señor, tan señor como todos los que visten impecablemente, se sienta de espaldas a la playa, y a mí. Mira hacia las islas, ve pasar los barcos. Medita. Tiene como un tic, gira todo el rato la cabeza hacia izquierda y derecha. Su camisa tiembla.
La brisa es poderosa. Estamos en primavera.
Me incorporo de cintura para arriba, coloco los brazos en atril y observo la marea, en plan be water, mientras el espectáculo de la vida, se agita a veinte pasos.
Se me acerca una niña que pronto va a dejar de serlo. Morena, muy mona, con su braguita de volantitos rosa. Da pequeños saltos, baila, nos rodea y se pone a buscar cangrejos en medio de las rocas, frente a él, que duda, aunque no se detiene.
Soy una princesa, pero no dudo. Ni me detengo.
Giro la cabeza. 
Se la miro. 
Él gira la suya. 
Me mira.
Le digo: CUIDADITO.
Se detiene la brisa, hace una pausa. Se levanta y se va. Lo veo cruzar la playa, buscar su sitio, mientras la niña encuentra a su cangrejo.
Me tumbo sobre la roca y cierro los ojos. Sonrío. 
Me gustan los finales felices.
Por supuesto que soy una princesa.

A veces Susana, me dicen, das miedo.
Ya.