"(...) perdí mi primera vida
a la edad de veinte años
en una suite de lujo
a la que acudí de madrugada
con el azorado propósito
de tragarme entero
un frasco de somníferos
y calmar para siempre
la vergüenza entonces eterna
(y ahora tan fugaz)
de que me gustase ocasionalmente
un apuesto joven de a pie
empresa suicida que acometí
tras despojarme de todo atuendo
lavarme los dientes
negarme a rezar
y llorar de miedo
habiendo pagado por cierto
en la recepción del hotel
los ciento cincuenta dólares
por la suite donde elegí fallecer
sedando para siempre
la culpa abrumadora
de no ser el chico perfecto
que soñó mamá (...)".