Lleva un fardo de billetes en el bolsillo
y lo saca para pagar su Coca-Cola,
justo en la esquina de la barra
donde se apilan los periódicos
y los camareros vacían sus bandejas
llenas de pinchos a medio morder.
Mientras, la tragaperras
lo ilumina todo con su carretera de luces
y el chino avanza hacia ella,
sin miedo, sin piedad.
La toca como si fuese una mujer
y le susurra palabras
en su idioma,
para que caigan montones de monedas
que serán,
como pequeños sueños
por cumplir.
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